Valentín Cucco, "el cabrón"
De entre los tantos tahúres que merecen o merecerían ser nombrados por la Enciclopaedia Britannica -o, al menos y para ponerme a tono con los tiempos que corren, la Microsoft Encarta- no debe faltar el nombre de Valentín Cucco, hábil número seis del Esportivo Imponderables, lateral de encare y buena pegada en la época en que la función del defensor era meramente defender. Un vanguardista el tipo.
(En aquel entonces el engaño era considerado un arte. A mi humilde entender, el hecho de que hoy ya no se lo vea de esa manera no es más que otro síntoma de la decadencia de la civilización occidental.)
(En aquel entonces, por lo tanto, el verde del campo de fútbol no era más que una versión particularmente extensa del paño de una mesa de juego; Cucco, "el cabrón", así lo entendía y en eso radicaba su genialidad.)
Nadie como Cucco a la hora de patear un penalty. Su rostro -sus ojos- le escondían al portero la intención del tiro como se oculta un black jack al croupier. "El cabrón" pateaba penales con cara de póquer. 26 goles en igual cantidad de ocasiones lo atestiguan.
Pero su labor no se limitaba a ejecutar la pena una vez que esta había sido sancionada. Como un buen abogado, Cucco ganaba el pleito aún antes de que el pitazo marcara el inicio del partido. En una época en que los medios aún respetaban la intimidad a los gladiadores antes de la gesta, se han perdido los diálogos que "el cabrón" sostenía con los referees en el círculo central, los minutos previos a cada encuentro. Pero lo cierto es que Cucco gustaba a los árbitros, los predisponía bien. Aquello -su labia, su habilidad para hilar las palabras justas, de una manera casi subliminal me atrevería a afirmar- bien le valía el favor de los jueces ante cada jugada dudosa y también ante jugadas que, de haber sido protagonizadas por cualquier otro, hubiesen sido clarísimas. Cosas que se han perdido en esta época de telebín y repeticiones con ángulo invertido.
"Es que el fútbol es como el truco", explicaba a quien lo invitara a una caña en el bar de Villegas. "Si te vienen las cartas hay que ganar. Pero si la mano viene ciega, a apechugarla y sacar el uno por uno".
Cucco entendía al fútbol como un deporte intelectual. "Es como el ajedrez", llegó a afirmar, temerario, al microfono de una radio de Santa Rosa, luego de que el seis hiciera 2 de los 3 goles con que el Esportivo Imponderables venciera al Social Catalunya, de la capital pampeana, por la Copa Carlos Segura, allá por 19..
Es por eso que, a pesar de ser un incansable hombre de equipo -era el primero en llegar y el último en irse de cada entrenamiento- también supo cultivar su cultura. Entre sus favoritos mencionaba a Verne, a Salgari y a Poe, aunque una noche, en privado y luego de varias copas, me confesó nunca haber podido terminar "El Cuervo". "Es la gran deuda de mi vida", lagrimeó, y yo sabía que era mentira porque él siempre mentía -¿siempre miente?- y porque días antes, en una velada no menos alcoholica, lo escuché recitar el poema completo y en inglés, lengua que nunca estudió -o eso, al menos, era lo que afirmaba.
Abandonó una aún promisoria carrera futbolística a los 24 años, cuando emigró a los Estados Unidos para probar suerte en Hollywood. "Siempre soñé con ser actor", fue su despedida antes de subir al avión. No volví a tener noticias suyas, aunque una vez creí verlo de espaldas por la calle en una película de mafia que enganché -traducida y con cortes- un jueves a la noche por canal 13.
(En aquel entonces el engaño era considerado un arte. A mi humilde entender, el hecho de que hoy ya no se lo vea de esa manera no es más que otro síntoma de la decadencia de la civilización occidental.)
(En aquel entonces, por lo tanto, el verde del campo de fútbol no era más que una versión particularmente extensa del paño de una mesa de juego; Cucco, "el cabrón", así lo entendía y en eso radicaba su genialidad.)
Nadie como Cucco a la hora de patear un penalty. Su rostro -sus ojos- le escondían al portero la intención del tiro como se oculta un black jack al croupier. "El cabrón" pateaba penales con cara de póquer. 26 goles en igual cantidad de ocasiones lo atestiguan.
Pero su labor no se limitaba a ejecutar la pena una vez que esta había sido sancionada. Como un buen abogado, Cucco ganaba el pleito aún antes de que el pitazo marcara el inicio del partido. En una época en que los medios aún respetaban la intimidad a los gladiadores antes de la gesta, se han perdido los diálogos que "el cabrón" sostenía con los referees en el círculo central, los minutos previos a cada encuentro. Pero lo cierto es que Cucco gustaba a los árbitros, los predisponía bien. Aquello -su labia, su habilidad para hilar las palabras justas, de una manera casi subliminal me atrevería a afirmar- bien le valía el favor de los jueces ante cada jugada dudosa y también ante jugadas que, de haber sido protagonizadas por cualquier otro, hubiesen sido clarísimas. Cosas que se han perdido en esta época de telebín y repeticiones con ángulo invertido.
"Es que el fútbol es como el truco", explicaba a quien lo invitara a una caña en el bar de Villegas. "Si te vienen las cartas hay que ganar. Pero si la mano viene ciega, a apechugarla y sacar el uno por uno".
Cucco entendía al fútbol como un deporte intelectual. "Es como el ajedrez", llegó a afirmar, temerario, al microfono de una radio de Santa Rosa, luego de que el seis hiciera 2 de los 3 goles con que el Esportivo Imponderables venciera al Social Catalunya, de la capital pampeana, por la Copa Carlos Segura, allá por 19..
Es por eso que, a pesar de ser un incansable hombre de equipo -era el primero en llegar y el último en irse de cada entrenamiento- también supo cultivar su cultura. Entre sus favoritos mencionaba a Verne, a Salgari y a Poe, aunque una noche, en privado y luego de varias copas, me confesó nunca haber podido terminar "El Cuervo". "Es la gran deuda de mi vida", lagrimeó, y yo sabía que era mentira porque él siempre mentía -¿siempre miente?- y porque días antes, en una velada no menos alcoholica, lo escuché recitar el poema completo y en inglés, lengua que nunca estudió -o eso, al menos, era lo que afirmaba.
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